Tercera Entrega...
Traducción de La Torah al Griego - LXX.
Carta
de Aristeas a Filócrates.
La traducción de la Toráh al
griego; La versión de los LXX, (Septuaginta).
La Carta de Aristeas a Filócrates
narra la traducción de la Toráh al griego (Pentateuco) llevada a cabo por
setenta y dos sabios de Jerusalén en la corte de Ptolomeo Filadelfo. El autor
usa formas y motivos característicos de la literatura griega. El artículo
intenta demostrar cómo por medio de las descripciones de los regalos enviados
por Ptolomeo y de las vestiduras del gran sacerdote Eleazar se trata de
legitimizar la vida de la comunidad judía en Egipto bajo un soberano que los liberó
de la esclavitud y no escatimó esfuerzos para traducir el texto sagrado al
griego.
Aristeas quien dice ser un
funcionario de la corte real de Ptolomeo Filadelfo (Siglo III , 285-246 a.M.)
que participó de la embajada enviada por el soberano a Jerusalén a fin de
entrevistarse con el sumo sacerdote Eleazar para que enviase a personas
conocedoras de la ley y capaces de hacer una traducción.
La crítica ha sido unánime en
señalar que bajo la figura de Aristeas se oculta un judío alejandrino educado
en un ambiente helenístico (la religión de Alejandro Magno). Éste demuestra su
conocimiento de la civilización griega en el uso de la lengua -koiné-,
En la Carta es el personaje
asesor del rey en el ámbito cultural y mediante el cual se manifiesta la
inquietud del soberano por enriquecer la biblioteca con la mayor cantidad de
volúmenes existentes en su época. Ello origina el pedido de traducción de la Toráh
debido a que “las leyes de los judíos son merecedoras de una transcripción y de
formar parte de tu biblioteca”. Entonces Demetrio aconseja al rey escribir al
sumo sacerdote de los judíos para llevar a cabo el proceso de traducción porque
reconoce la necesidad de la misma.
Encargado de la biblioteca del
Rey, Demetrio de Fáleron, recibió grandes sumas de dinero, para reunir, de ser
ello posible, todos los libros del orbe; y realizando compras y
transcripciones, llevó a feliz término en el menor plazo que pudo la encomienda
real. Habiéndosele demandado, en mi presencia:
“¿Cuántas decenas de millares de
libros hay?”, respondió: “Más de veinte, oh Rey; y me afano para completar en
breve lo que falta para los quinientos mil. Por cierto, que se me ha anunciado
además que las leyes de los judíos son dignas de transcripción y de hallarse en
tu biblioteca”. “¿Qué es lo que te impide —dijo el Rey— realizar esta tarea,
puesto que se te ha provisto de todo lo necesario?”. Demetrio dijo: “Se
necesita una traducción: en Judea se sirven de sus propios caracteres; tienen,
del mismo modo que los egipcios, tanto una escritura como una lengua propias.
Corre la fama de que utilizan el siríaco; pero no es cierto, se trata de algo
distinto”. El Rey, después que hubo recibido noticia puntual de todo, ordenó se
escribiera al sumo sacerdote de los judíos, a fin de llevar a buen término el
proyecto.
Al tema de la traducción de “los
libros de la ley de los judíos.” Demetrio advierte al rey en un informe que los
textos mencionados se leen “en caracteres y pronunciación hebreos, escritos de
manera descuidada y no como son en realidad. “Los libros de la Ley de los
judíos. Se hallan escritos en letras y lengua hebreas, traducidos a descuido y no como conviene, al parecer de
los competentes; pues no han gozado del cuidado real. Preciso es que también
éstos se hallen junto a ti, en una versión cuidada, por ser Ley henchida de
sabiduría y muy pura, como que es divina. Por ello se han abstenido escritores,
poetas y la pléyade de historiadores de hacer memoria de los antedichos libros
y de los hombres que por ellos se han regido: porque su doctrina es augusta y
sagrada, como sostiene Hecateo de Abdera. Si te parece bien, oh Rey, se
escribirá al sumo sacerdote de Jerusalén para que nos envíe hombres de vida
irreprochable, Ancianos avanzados en años, expertos en la materia de sus leyes,
seis por cada tribu, a fin de que, examinando el acuerdo de la mayoría y
adoptando una interpretación precisa, constituyamos con evidencia una versión
digna del argumento y de tus intenciones.
Su intención es la de complacer a
todos los judíos de la tierra y sus descendientes, por lo cual ha decidido la
traducción de la ley de la lengua hebrea a la griega. Solicita el envío de
ancianos honestos y capaces de hacer una traducción para lo cual ha de
despachar una embajada a fin de ocuparse del tema. La respuesta de Eleazar continúa
el tono amable del soberano a quien el sumo sacerdote complace en su pedido
eligiendo seis ancianos distinguidos de cada tribu.
“El Rey Ptolomeo al Sumo
Sacerdote Eleazar, salud y alegría. Dado que sucede que multitud de judíos
habitan nuestra tierra, expulsados de Jerusalén por los persas, en los tiempos
de su dominio, y que además otros muchos llegaron con nuestro padre a Egipto,
cautivos de guerra; muchos de los cuales enroló él mismo en nuestro ejército,
con generosa soldada. De un modo similar reputaba dignos de confianza a los que
ya estaban aquí; pues construyó fortalezas y se las entregó, para infundir
temor, merced a ellos, en el pueblo egipcio. Nosotros, tras heredar su
monarquía, para con todos tenemos un trato humano, pero muy particularmente
para con tus connacionales: hemos liberado a más de cien mil prisioneros de
guerra, pagando a sus dueños el justo precio en dinero; y si algún entuerto se
había cometido, por culpa de los ímpetus del populacho, reparándolo;
convencidos de actuar de un modo piadoso y de hacer algo grato al supremo Dios,
que ha preservado nuestra soberanía en paz y con gran gloria por todo el orbe.
A los que gozan de la flor de la edad los hemos situado en el ejército; a los
merecedores de estar junto a nosotros, como dignos de confianza en la Corte,
los hemos puesto a la cabeza de determinadas misiones. Queriendo hacer algo
grato a ellos, a todos los judíos del orbe y a sus descendientes, hemos
decidido traducir vuestra Ley, de la lengua que llamáis hebraica, al griego, a
fin de que se halle también en nuestra biblioteca, con los otros libros reales.
Obrarías magnánimamente y de un modo digno de nuestra solicitud si eliges
hombres de vida irreprochable, Ancianos expertos en la Ley, capaces de
traducirla, seis por cada tribu, de modo que se descubra el acuerdo de la
mayoría, visto que la investigación versa sobre algo de altísima importancia.
Pues pensamos que, cumplida esta tarea, nos reportará gran gloria”.
A esta carta respondió dignamente
Eleazar lo siguiente:
“Eleazar, Sumo Sacerdote, saluda
al Rey Ptolomeo, su amigo de corazón. Salud a ti, a la reina Arsínoe, tu
hermana, y a vuestros hijos. Si es así, bien está, y conforme a nuestros
deseos; también nosotros estamos bien.
Recibida tu carta, grandemente nos alegramos a causa de tu determinación
y buen consejo y, habiendo congregado al pueblo entero, se la leímos, para que
conozcan tu piedad para con nuestro Dios”.
Eleazar eligió a los mejores
varones, y por su cultura excelentes, como nacidos de padres prestigiosos, en posesión
no sólo de las letras judías; antes bien, se habían dedicado, asimismo, y no a
la ligera, a la instrucción helénica; eran, por ende, aptos para las embajadas
y las llevaban a cabo cuando era preciso; poseían gran talento para los debates
e interrogatorios acerca de la Ley, a la búsqueda del justo medio —tal es lo
más bello—; hostiles a la rudeza y la incultura del espíritu, pero al mismo
tiempo muy por encima de creerse superiores o menospreciar a los demás;
prestos, por el contrario, al coloquio, a escuchar y responder a cada uno en
manera conveniente; avezados todos ellos a estas prácticas y sólo en ellas
deseosos de superarse el uno al otro: todos dignos de su jefe y de la virtud
que le adornaba.
El origen de los nombres de los
sabios. Entre ellos hay algunos que reflejan un origen persa o iranio, otros
son nombres semíticos adaptados al griego o nombres hebreos. Se concluye que a
través de la onomástica es posible observar el proceso de aculturación
helenística en la clase alta de Judea del siglo III a.M.
El pasaje más extenso del texto y
en el que el rey interroga durante siete días a cada uno de los setenta y dos sabios judíos venidos desde Jerusalén
acerca de temas relacionados con el arte del buen gobierno y una conducta
ético-política adecuada.
Se pudo lograr una traducción del
texto bíblico con calidad suficiente para no necesitar ninguna enmienda y para
poder prescindir del original hebreo cuya lectura y práctica resultaba cada vez
más inaccesible a los habitantes judíos de Egipto.
La Carta cumple la función no
sólo de otorgar un estatus de legitimidad a la traducción griega de la Toráh
(Pentateuco), fundamental para el cumplimiento de las leyes ancestrales, sino
la de justificar la permanencia de los judíos en Egipto, súbditos de un rey,
respetuoso y máximo admirador de la labor llevada a cabo por los sabios judíos
a quienes llegó a considerar amigos.
Continuara...
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